Caminamos desde la iglesia de San Francisco hacia el palacio de gobierno por la calle Jirón Ancash (lo que otrora fuera la calle de desamparados); Claudia, el profesor de literatura y yo estábamos al encuentro de un bar en particular. En la esquina de jirón Ancash se cruza el jirón Carabaya (antes, Pescadería) y en la misma con una puerta de madera gastada, que demuestra haber sido creada en el siglo pasado, vidrio y la frase: “Bar Cordano” en la parte superior de esta, se ubica una taberna antigua con un piso de granito que trata de armonizar con las columnas de madera, un olor a pan, carne ahumada y una sensación a “avejentado” nos inundó el ambiente. Era como si estuviéramos dentro de un restaurante en el siglo XX. Después de todo, este conocido bar del centro de Lima fue inaugurado en 1905 por tres inmigrantes italianos que comenzaron el actual negocio como un pequeño café al lado de la estación de trenes que conectaba la capital con la ciudad minera de La Oroya. Vigilio Botano, Fortunato y Andrés Cordano servían café y aperitivos a los mineros y comerciantes que llegaban o partían de la estación desamparados. La demanda y la fama del café fue tal que decidieron expandirse y trasladarse a su ubicación actual cediendo la administración a los hermanos Luis y Antonio Cordano.

Escogimos una de sus muchas mesas de mármol y granito para sentarnos puesto que teníamos que repasar los temas de literatura peruana para el examen de admisión. El lugar lo escogió el profesor. Las dos cervezas y la Coca-Cola, también. Un mozo que salió de una de las puertas al lado del bar trajo una bandeja de metal con las dos maltas, la gaseosa y tres vasos. Se acerco y la base de las botellas heladas hizo un ruido seco al chocar con el frío granito de la mesa; sonriente señaló que estaba servido y nos ofreció muy cordialmente los platos del menú del día. Quizá esta amical y cercana atención puede responder a que en 1978, los Cordano ceden la administración a ellos, los mozos. O quizá a que las más de 200 variedades de entradas, platos y sándwiches que allí se sirven (incluyendo a las abanderadas butifarras y riñón al vino) deben ser presentadas no como para comer únicamente, además como para compartir. Compartir penas, alegrías, planes, ideas, historias, anécdotas. Cordano siempre fue el lugar preferido de intelectuales, políticos, ex presidentes y diversos personajes de su tiempo a lo largo de sus cien años. Continúan presentes esas sillas donde se sentaron, a la hora del Almuerzo quizá, Morales Bermúdez, Velasco Alvarado y Belaunde Terry luego de sus faenas como jefes de estado. Mesas donde alguna vez posó sus brazos el “Che” Guevara o los muros que escucharon la criolla voz de Arturo “zambo” Cavero. Y frecuentado establecimiento de poetas y escritores singulares como Abraham Valdelomar, Ricardo Palma o Martín Adán.

Adán. Se dice de él que religiosamente pedía todos los días dos cervezas negras y un plato de ceviche para el almuerzo, una de sus últimas rutinas cuando aún le quedaba cordura antes de ser internado en un hospital psiquiátrico. El autor de la casa de Cartón, fiel lector del pensamiento de Nietzsche y Schopenhauer, muchas veces escribía sus poemas en servilletas de papel que allí conseguía.

Con una imagen que proyectaba melancolía y pesimismo se encontró un día del año 1968 con el poeta americano Allen Ginsberg que en ese momento estaba acompañado por el también intelectual y personal traductor Jorge Capriata. El breve intercambio comenzó así:

“(…) – ¿Por qué escribe usted porquerías? –le inquirió Adán.

Se encontraban compartiendo una mesa. El joven Capriata hacía de interlocutor. Ante la pregunta incómoda, el estudiante atinó a traducir «profanities» como parte de la idea que quería expresar el peruano. Pero antes de que Ginberg pudiera hacer sus descargos, Martín Adán agregó:

–Traduzca, joven, yo no me revuelco con mi poesía.

–Dile que yo, al menos, me baño todos los días –contraatacó Ginsberg–, y que a mí no me huelen los pies… ¡No me huelen a arañas muertas! (…)” [i]

Encuentro muy popularizado luego por el mismo Capriata, nos refleja la distinguible personalidad de Martín Adán. Me arriesgaría a decir que el Cordano es a Adán lo que el Paláis Concert al Valdelomar (taberna que recorreremos en un futuro no muy lejano) y no porque el mismo Adán lo haya mencionado, si no porque fue allí, en esas mesas de granito donde con servilletas y plumas este autor practicaba la lírica de sus sentimientos. ¿Qué versos son aquellos que se quedaron grabados y no conoceremos? ¿Qué le ofrecía exactamente el Cordano para tal inspiración? Ginsberg también se quedo con esta misma de sed de conocer más a fondo a este posmoderno ciudadano. Es por ello que luego de su encuentro le escribe un poema.

Emigra de la muerte para ofrecerte de nuevo un signo de Vida

Fiero y hermoso como un choque de automóviles en la Plaza de Armas

Juro que he visto esa luz

No dejaré de besar tu repulsiva mejilla. . . . . . Cuando tu ataúd esté cerrado

Y los plañideros humanos vuelvan

A su viejo y cansado sueño.

Y despiertas ante el Ojo del Dictador del Universo.

¡Otro estúpido milagro! ¡De

nuevo estoy equivocado! ¡Tu indiferencia! ¡Mi entusiasmo!

¡Insisto! ¡Toses! perdido en la ola de Oro que

fluye a través del Cosmos.

Agh ¡estoy cansado de insistir! Adiós,

Me voy a Pucallpa a tener Visiones.

¿Tus limpios sonetos?

Quiero leer tus más sucias

y secretas escrituras, tu Esperanza,

En su más Obscena Magnificencia. ¡Dios Mío![ii]

Renzo Valle Estremadoyro

[i] BUEN SALVAJE. Revisado el 17 de Febrero del 2014. http://buensalvaje.com/tag/martin-adan/

[ii] Traducción por Antonio Cisneros.